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Te invitamos a un recorrido por el mundo, para conocer diferentes sistemas de bicicleta pública, con una visión femenina. La bicicleta ha sido considerada siempre una herramienta de empoderamiento para las mujeres, pero aún se enfrentan a problemas como el acoso.

La primera vez que tuve la oportunidad de viajar a Estados Unidos, específicamente a Manhattan, en Nueva York, me sorprendió lo común que es encontrar carriles exclusivos para bicicletas en casi todas las calles y avenidas anchas. Y, por supuesto, no estaban vacías. Corredores, caminadores y obviamente ciclistas han reclamado estos espacios como suyos. Porque lo son. Y así mismo, los dueños de autos y otro tipo de motorizados no interfieren en estos espacios o tratan de no hacerlo. La dinámica aparentemente funciona bastante bien.
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Luego pude viajar a Río de Janeiro, en Brasil. En contraste con Guayaquil, Río parece una ciudad de bicicletas. Sí, hay mucho tráfico y largas distancias para ir de un punto a otro. Pero en cada cuadra, o cada dos, hay una estación del sistema de bicicletas públicas que justamente busca reducir los atascos de tránsito, humanizar el ambiente urbano y promover hábitos saludables (algo que tampoco es tan difícil de alcanzar para una población al pie del mar y que quiere lucir siempre genial en microtrajes de baño).

En la ciudad carioca, los automóviles están aprendiendo a convivir con las bicicletas de una forma que luce amigable. Y, en todo caso, si el usuario desea recorrer una vía exclusiva para este medio, puede optar por la gran ciclovía junto al mar, que recorre casi 5 kilómetros y que se une al gran total de los 435 kilómetros de la red de ciclovías del sistema público.
Puede que estas dos ciudades disten de ser perfectas. Pero puedo decir que sus iniciativas y progresos en medios de transportes sostenibles son dignos de reconocer. Aunque me pareció que en Río más mujeres conducen bicicleta que en Nueva York como en Guayaquil. A simple vista, en general son más los hombres que ruedan en este transporte, que mujeres.

Las últimas cifras disponibles del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos sobre el uso de la bicicleta en Ecuador datan de 2016. De acuerdo a la entidad, al menos 2,4 millones de personas usaron la bicicleta ese año. De ellas, aproximadamente la tercera parte la utilizó a diario. De esa cifra se observó que 77 % de usuarios eran hombres.
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El ciclismo es una actividad de género
La doctora Jennifer Dill, profesora de estudios y planificación urbanos, viene recalcando en los últimos años que “las mujeres tienen muchas menos probabilidades de emplear la bicicleta como transporte que los hombres”. Para ella, las preocupaciones sobre la seguridad son una de las principales razones de esta disparidad.
En efecto, las mujeres tienen verdaderas razones para estar preocupadas, cita una investigación de la Escuela de Asuntos Públicos de Humphrey. En un experimento de campo, se encontró que los conductores tenían muchas más probabilidades de invadir el espacio de ciclistas mujeres, es decir, pasar a menos de un metro cerca de ellas. Algo que no hacen con los ciclistas masculinos.
El modelo estadístico mostró que, en igualdad de condiciones, la ciclista femenina tenía 3.8 veces más probabilidades de ser invadida. En ese sentido, el estudio ilustra el alcance y la omnipresencia de la brecha de género en el ciclismo, confirma las preocupaciones de las ciclistas sobre la seguridad en la carretera y destaca la necesidad de una mayor inversión en instalaciones más seguras como carriles protegidos para bicicletas.
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Si el aumento de la tasa de uso de bicicletas, como medio de transporte, es un objetivo clave del transporte sostenible, por lo tanto la separación de los ciclistas del tráfico vehicular es una factor crucial, sobre todo para reducir las invasiones y abordar las preocupaciones bien fundadas que tienen las mujeres sobre la seguridad.
Por eso, la idea de ir en bicicleta al trabajo aquí, por ejemplo, enfrentándome a taxis agresivos, luchando para que los conductores de autobuses y camiones me vean, tratando de convencer a los automovilistas de que merezco ocupar espacio en la carretera, solo genera miedo, no libertad.
¿Qué hay detrás de la brecha de género en el ciclismo?
No es que a las mujeres no les guste las bicicletas. ¡Sí nos gustan!

No obstante, los factores culturales ciertamente juegan un papel. Por ejemplo, se espera que las mujeres lleguen a la oficina vestidas y peinadas con más cuidado que los hombres, lo que puede ser un desafío después de jadear cuesta arriba en plena lluvia. A las mujeres con cabello rizado o afro, en particular, se les dice que acicalen su cabello natural en el trabajo, una realidad que los cascos solo empeoran.
La cultura ciclista, aparentemente dominada por los hombres, puede hacer que las mujeres no se sientan bienvenidas en los clubes ciclistas o en las tiendas de bicicletas. Lo más importante es que las mujeres que viajan diariamente al trabajo hacen más paradas que los hombres para llevar a los niños con chofer y recoger los comestibles, tareas que resultan más difíciles sobre dos ruedas.
Pero encuesta tras encuesta encuentra una vez más la misma preocupación: la inseguridad. Las mujeres son más propensas que los hombres a decir que quieren un ciclismo más seguro. Muchas ciudades no han cumplido con este objetivo.
Históricamente, los lugares donde persiste una brecha de género en bicicleta también son lugares que carecen de infraestructura para este medio de transporte. Sin carriles para bicicletas, barreras, vías verdes y similares, los ciclistas pueden verse forzados a situaciones de riesgo junto con los automovilistas. Con demasiada frecuencia, esto conduce a siniestros fatales. Y, como hemos visto, es más probable que los conductores invadan peligrosamente el espacio de una ciclista.
¡Las holandesas lo lograron!
La brecha de género en el ciclismo no tiene por qué existir, señala en un reporte la escritora Dasia Moore. En Dinamarca, las mujeres representan 53 % de todos los ciclistas. En Alemania, 49 % de los viajes en bicicleta los realizan mujeres. Holanda tiene una participación aún mayor, con 55 %.

Pero para unirse a las filas de ciudades como Ámsterdam y Copenhague, los centros urbanos deben invertir en infraestructura para bicicletas de manera equitativa y efectiva. Eso significa comprender dónde las mujeres no se sienten seguras al andar en bicicleta y qué tipos de infraestructura actuarían como correctivo.
Las comunidades locales también tienen un papel importante para lograr calles más seguras para los ciclistas, como lo ilustra la historia reciente de los Países Bajos.
El país no siempre fue un paraíso para los ciclistas. En 1969, el total de muertes por siniestros viales se había disparado a más de 3.000, casi el doble que una década antes. Las muertes de ciclistas rondaron las 500 muertes por año. Fue solo cuando las mujeres holandesas comenzaron a luchar por carreteras seguras que las cosas cambiaron. Los activistas, incluido un grupo liderado por madres llamado Stop de Kindermoord (Alto al asesinato de niños), organizaron protestas, bloquearon el tráfico y exigieron que las calles fueran seguras para ciclistas, peatones y niños que jugaban.
Los resultados se reflejaron diez años después. Diez. En una década, las ciudades holandesas habían diseñado decenas de miles de kilómetros de carriles para bicicletas pintados de un distintivo rojo brillante. Las municipalidades y el gobierno nacional formaron oficinas dedicadas a promover y proteger el uso de bicicletas a través de campañas públicas y extensas bases de datos que rastrean las preocupaciones de los ciclistas. El gobierno nacional incluso creó un crédito fiscal para ciclistas.
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Para 2018, los Países Bajos habían reducido el número total de víctimas mortales de tráfico a 678 y el número de ciclistas mortales a 228. Hoy en día, las madres y los padres holandeses pedalean mientras cargan a los niños pequeños en asientos o vagones. Los niños de la escuela primaria recorren las ciudades solos en bicicleta. Nadie se molesta ni siquiera con los cascos.
Y como las mujeres holandesas lucharon por sus carreteras hace cincuenta años, no tienen que luchar hoy. Pedalean con la espalda recta y la mirada hacia adelante, confiados en que ningún automóvil o autobús invadirá el espacio que se han hecho. A todas horas, van en bicicleta, solos o con un amigo sentado sobre la rueda trasera, a veces balanceando carteras y bolsas de compras. La mayoría de las veces usan zapatillas. Nadie espera que lleven consigo una muda de zapatos para el trabajo.
Solo puedo aspirar que un día, andar en bicicleta en Guayaquil se sienta más como esos pedales al lado del canal en los Países Bajos: con libertad, no con miedo.
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